MARTA U.
FRIEDRICH HÖLDERLIN (Alemania. 1770 – 1843)
Es uno de los poetas románticos más importantes. En su poesía romántica incluye elementos clásicos gracias a su conocimiento de la lengua y la literatura griega. Escribe poemas de sencillez expresiva y sensibilidad, en los que trata temas como el amor a la libertad, los ideales revolucionarios, la mitología, el cristianismo, etc. Entre sus obras poéticas destacan El archipiélago, En medio del camino de la vida, Patmos y la novela epistolar Hiperión.
• LECTURA
Hiperión, Hölderlin
HIPERIÓN A BELARMINO
No tengo nada de lo que pueda decir: esto es mío. Lejos y muertos están mis seres queridos, y ya no hay voz alguna que me hable de ellos. Mi negocio aquí en la tierra ha terminado. Emprendí la tarea pleno de voluntad, me desangré en ella, y no he enriquecido el mundo en un solo céntimo. Desconocido y solitario vuelvo a mi patria y vago por ella como por un vasto cementerio, donde tal vez me espere el cuchillo del cazador, a quien nosotros los griegos somos tan del agrado como la caza del bosque. ¡Pero tú brillas todavía, sol del cielo! ¡Tú verdeas aún, sagrada tierra! Todavía van los ríos a dar en la mar y los arboles umbrosos susurran al mediodía. El placentero canto de la primavera acuna mis mortales pensamientos. La plenitud del mundo infinitamente vivo nutre y sacia con embriaguez mi indigente ser. ¡Feliz naturaleza! No sé lo que me pasa cuando alzo los ojos ante tu belleza, pero en las lágrimas que lloro ante ti, la bienamada de las bienamadas, hay toda la alegría del cielo. Todo mi ser calla y escucha cuando las dulces ondas del aire juegan en torno de mi pecho. Perdido en el inmenso azul, levanto a menudo los ojos al Éter y los inclino hacia el sagrado mar, y es como si un espíritu familiar me abriera los brazos, como si me disolviera el dolor de la soledad en la vida de la divinidad. Ser uno con todo, esa es la vida de la divinidad, ese es el cielo del hombre. Ser uno con todo lo viviente, volver, en un feliz olvido de si mismo, al todo de la naturaleza, esa es la cima de los pensamientos y alegrías, esta es la sagrada cumbre de la montaña, el lugar del reposo eterno donde el mediodía pierde su calor sofocante y el trueno su voz, y el hirviente mar se asemeja a los trigales ondulantes. ¡Ser uno con todo lo viviente!
HEINRICH HEINE (Alemania. 1797 – 1837)
Entre los románticos tardíos destaca él. Era un judío exiliado en Alemania que cantó su relación de amor y odio con su patria en el poema satírico Alemania, un cuento de invierno. Su Libro de canciones se hizo muy popular. Sobre todo es un gran escritor de prosa y se ganaba la vida con crónicas periodísticas de temas políticos y sociales.
Alemania, un cuento de invierno. Heine
¡Hermanos lobos! Hoy soy feliz
de estar entre vosotros
donde tantos nobles corazones
me aúllan con cariño.
Lo que en este momento siento
es inconmensurable;
¡ah! eternamente recordaré
estas hermosas horas.
Os agradezco la confianza
con que siempre me honráis
y que en las épocas de prueba
demostráis concluyentemente.
¡Hermanos lobos! Nunca dudasteis de mí,
no habéis caído en la trampa
de los pícaros, que os dijeron
que me había pasado a los perros.
Que había renegado y que pronto iba a ser
consejero en el redil de los corderos...
Desmentirles estaba muy
por debajo de mi dignidad.
La piel de cordero que me echo en los hombros
a veces, para calentarme,
creedme, no me llevó nunca
a entusiasmarme con la suerte de los corderos.
No soy ningún cordero, no soy ningún perro,
ni un consejero, ni un besugo...
Sigo siendo un lobo, mi corazón
y mis colmillos son lobunos.
Yo soy un lobo y siempre
aullaré con los lobos...
Si, contad conmigo y ayudaos a vosotros mismos,
¡entonces también Dios os ayudará!
de estar entre vosotros
donde tantos nobles corazones
me aúllan con cariño.
Lo que en este momento siento
es inconmensurable;
¡ah! eternamente recordaré
estas hermosas horas.
Os agradezco la confianza
con que siempre me honráis
y que en las épocas de prueba
demostráis concluyentemente.
¡Hermanos lobos! Nunca dudasteis de mí,
no habéis caído en la trampa
de los pícaros, que os dijeron
que me había pasado a los perros.
Que había renegado y que pronto iba a ser
consejero en el redil de los corderos...
Desmentirles estaba muy
por debajo de mi dignidad.
La piel de cordero que me echo en los hombros
a veces, para calentarme,
creedme, no me llevó nunca
a entusiasmarme con la suerte de los corderos.
No soy ningún cordero, no soy ningún perro,
ni un consejero, ni un besugo...
Sigo siendo un lobo, mi corazón
y mis colmillos son lobunos.
Yo soy un lobo y siempre
aullaré con los lobos...
Si, contad conmigo y ayudaos a vosotros mismos,
¡entonces también Dios os ayudará!
VICTOR HUGO (Francia. 1802 – 1885)
Los miserables. Victor Hugo
JOSÉ DE ESPRONCEDA (España. 1808 – 1842)
• LECTURA
Canto a Teresa. Espronceda
¡Ay!, aquella mujer, tan sólo aquella,
tanto delirio a realizar alcanza,
y esa mujer tan cándida y tan bella,
es mentida ilusión de la esperanza
es el alma que vívida destella
su luz al mundo cuando en él se lanza,
y el mundo con su magia y galanura
es espejo no más de su hermosura.
tanto delirio a realizar alcanza,
y esa mujer tan cándida y tan bella,
es mentida ilusión de la esperanza
es el alma que vívida destella
su luz al mundo cuando en él se lanza,
y el mundo con su magia y galanura
es espejo no más de su hermosura.
Es el amor que al mismo amor adora,
el que creó las sílfides y ondinas,
la sacra ninfa que bordando mora
debajo de las aguas cristalinas;
es el amor que recordando llora
las arboledas del Edén divinas,
amor de allí arrancado, allí nacido,
que busca en vano aquí su bien perdido
el que creó las sílfides y ondinas,
la sacra ninfa que bordando mora
debajo de las aguas cristalinas;
es el amor que recordando llora
las arboledas del Edén divinas,
amor de allí arrancado, allí nacido,
que busca en vano aquí su bien perdido
¡Oh llama santa! ¡Celestial anhelo!
¡Sentimiento purísimo! ¡Memoria
acaso triste de un perdido cielo,
quizá esperanza de futura gloria!
¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!
¡Oh mujer, que en imagen ilusoria,
tan pura, tan feliz, tan placentera,
brindó el amor a mi ilusión primera!
¡Sentimiento purísimo! ¡Memoria
acaso triste de un perdido cielo,
quizá esperanza de futura gloria!
¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!
¡Oh mujer, que en imagen ilusoria,
tan pura, tan feliz, tan placentera,
GIACOMO LEOPARDI (Italia. 1798 – 1837)
• LECTURA
Vuelve a mi mente el día en que el combate
sentí de amor por vez primera, y dije:
«¡Ay de mí, si es amor, cómo acongoja! »
Con los ojos clavados en la tierra,
yo contemplaba a aquella que, inocente,
mi corazón hizo vibrar primero.
¡Ay, amor, y cuán mal me gobernaste!
¿Por qué tan dulce amor debió consigo
llevar tanto dolor, tanto deseo,
y ni sereno, ni íntegro y sencillo,
mas lleno de lamentos y de afanes,
bajó a mi corazón tanto deleite?
sentí de amor por vez primera, y dije:
«¡Ay de mí, si es amor, cómo acongoja! »
Con los ojos clavados en la tierra,
yo contemplaba a aquella que, inocente,
mi corazón hizo vibrar primero.
¡Ay, amor, y cuán mal me gobernaste!
¿Por qué tan dulce amor debió consigo
llevar tanto dolor, tanto deseo,
y ni sereno, ni íntegro y sencillo,
mas lleno de lamentos y de afanes,
bajó a mi corazón tanto deleite?
Y dime, tierno corazón, ¿qué espanto,
qué angustia era la tuya al pensamiento
junto al cual era hastío todo goce?
qué angustia era la tuya al pensamiento
junto al cual era hastío todo goce?
el pensamiento aquel, que, lisonjero,
se te ofreció en la noche, cuando todo
quieto en el hemisferio aparecía.
se te ofreció en la noche, cuando todo
quieto en el hemisferio aparecía.
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